Antes del Ángelus, en la Solemnidad de Todos los Santos, Francisco recordó que una vida santa, que sigue las Bienaventuranzas, es un “don de Dios”, pero exige también “nuestra respuesta” a sus designios “y a sus buenas inspiraciones”. Ponerse, como Él nos enseñó, al servicio de los demás.
1 de noviembre de 2024
Santa Sede
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Miremos a los Santos, hermanos y hermanas “plasmados por las bienaventuranzas”, "personas 'llenas de Dios', incapaces de permanecer indiferentes ante las necesidades del prójimo, testigos de caminos luminosos, posibles también para nosotros". Y preguntémonos si sabemos pedir a Dios en la oración “el don de una vida santa”, dejándonos guiar “por los buenos impulsos que su Espíritu” suscita en nosotros, practicando “las bienaventuranzas del Evangelio en los ambientes” en los que vivimos. Esta, por tanto, fue la invitación que el Papa Francisco dirigió a todos, antes del rezo del Ángelus, en esta Solemnidad de Todos los Santos, releyendo el Evangelio de Mateo propuesto por la liturgia, en el que Jesús proclama las Bienaventuranzas, “el carné de identidad del cristiano y el camino hacia la santidad”, como recuerda en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate.
Nos muestra un camino, el camino del amor, que Él mismo recorrió primero haciéndose hombre, y que para nosotros es a la vez un don de Dios y nuestra respuesta.
El camino del amor y de la santidad es un don de Dios
Es un don de Dios, por eso “es ante todo al Señor a quien pedimos que nos haga santos, que haga nuestro corazón semejante al suyo”, como subraya el Papa en la nueva encíclica Dilexit nos. Es Él quien, con su gracia, “nos sana y nos libera de todo lo que nos impide amar como Él nos ama”, para que en nosotros, como decía el Beato Carlo Acutis, haya siempre “menos yo para dejar espacio a Dios”.
Pero después, Dios espera nuestra respuesta
Nuestra respuesta, continuó Francisco, es fundamental, porque Dios “nos ofrece su santidad, pero no nos la impone”. “La siembra en nosotros -aclara-, pero luego espera y respeta nuestra respuesta“.
Nos deja que sigamos sus buenas inspiraciones, que nos dejemos implicar en sus proyectos, que hagamos nuestros sus sentimientos, poniéndonos, como Él nos enseñó, al servicio de los demás, con una caridad cada vez más universal, abierta y dirigida a todos, abierta y dirigida al mundo entero.
Los Santos, personas “llenas de Dios"
Y esto se ve, subrayó el Pontífice, en la vida de los santos, y puso los ejemplos de san Maximiliano Kolbe, “que en Auschwitz pidió ocupar el lugar de un padre de familia condenado a muerte”, santa Teresa de Calcuta, “que gastó su existencia al servicio de los más pobres entre los pobres” y san Óscar Romero, “asesinado en el altar por haber defendido los derechos de los últimos contra los abusos de los prepotentes”. En ellos, en tantos otros santos de los altares, como en aquellos “de al lado” con los que convivimos cada día, reconocemos a hermanos y hermanas “modelados por las Bienaventuranzas: pobres, mansos, misericordiosos, hambrientos y sedientos de justicia, artífices de paz”.
Son personas “llenas de Dios”, incapaces de permanecer indiferentes ante las necesidades del prójimo; son testigos de caminos luminosos, posibles también para nosotros.
¿Pedimos a Dios el don de una vida santa?
La pregunta para todos fue entonces:
¿Pido a Dios, en la oración, el don de una vida santa? ¿Me dejo guiar por los buenos impulsos que su Espíritu suscita en mí? ¿Y me comprometo personalmente a practicar las Bienaventuranzas del Evangelio, en los ambientes en los que vivo?
Y a María, “Reina de todos los Santos”, le pedimos en la oración, concluyó el Papa Francisco, que “nos ayude a hacer de nuestra vida un camino de santidad”.
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Fuente: Vatican News