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El reto de ser comunicadores de esperanza

El Jubileo del Mundo de la Comunicación ha pasado, pero las llamadas del Papa a ser promotores de una nueva forma de comunicar van más allá del evento jubilar. Para Francisco, es necesario centrarse en contar historias de bien, superando la tentación de un cierto periodismo que tiende a dar espacio sólo al mal.

31 de enero de 2025

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Sean promotores de esperanza. Sean narradores de buenas historias. El Papa Francisco lanzó este desafío a los comunicadores de todo el mundo, creyentes y no creyentes, con ocasión del Jubileo dedicado a ellos. A los comunicadores, pues, no sólo a los periodistas. Para el Papa, de hecho, la comunicación no se limita a la profesión, aunque importante, del periodismo. Su visión de la comunicación es de 360 grados: no es sólo la «producción de noticias», sino una dimensión esencial del ser humano, que implica corazón e intelecto. Por eso, la comunicación de la esperanza a la que se refiere Francisco en este Jubileo se convierte en un desafío urgente no sólo para los periodistas, sino para todos aquellos que se preocupan por atender a una humanidad cada vez más herida por la violencia y las injusticias.


Al considerar el territorio de la comunicación más amplio que el de la información, Francisco se vincula idealmente a quien, tras el Concilio, fue el promotor de las Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales: san Pablo VI. De hecho, el Papa Montini -aun siendo muy consciente de hasta qué punto los medios de comunicación influyesen en la vida de las personas y de la propia Iglesia- quiso que el aniversario anual estuviera dedicado a todos los trabajadores de la comunicación, no sólo a los profesionales de los medios. Como para su querido predecesor, para Francisco la comunicación no es sólo un acto funcional. Es «materia prima» de la existencia humana, ya que el hombre es una criatura amada por Dios, que se comunica con él desde el principio. De corazón a corazón. Toda comunicación humana está, pues, inserta en el círculo de la comunicación divina.


En efecto, desde el inicio de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio ha subrayado siempre la importancia de la comunicación «con el corazón». En los últimos mensajes para las Jornadas de las Comunicaciones Sociales, repitió esta fórmula: escuchar, hablar, ver, pero siempre con el corazón. También en su Mensaje para la Jornada del 2024, dedicada a la Inteligencia Artificial, quiso subrayar que, aunque las máquinas avancen en su desarrollo tecnológico, nada puede sustituir a un corazón humano que siente compasión por sus semejantes. Al fin y al cabo, en la Biblia, cuando se escribe «corazón», no se hace referencia sólo a un órgano, a una parte, sino al centro del ser humano, el lugar donde nacen las emociones, los sueños y los miedos. Así pues, el corazón es el todo del hombre, no una parte.


En su primer Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Francisco señaló al Buen Samaritano como modelo del buen comunicador. La gran fuerza de este ejemplo, escribió, es el «poder de la proximidad», es decir, saber acercarse a los demás, especialmente a los que sufren, sin prejuicios. Y, por tanto, asumiendo riesgos. La comunicación que genera esperanza, nos dice ahora el Papa con una llamada al compromiso, no puede limitarse a transmitir información, sino que debe ser capaz de entrar en una relación profunda con el prójimo, llevando una palabra de consuelo y de esperanza. En definitiva, no basta con comunicar la verdad, dijo a los periodistas de todo el mundo en el Aula Nervi, es necesario también ser verdaderos.


Pero, ¿qué quiere decir el Papa cuando habla de esperanza? En primer lugar, no es una ilusión para hacernos sentir bien ni un anestésico para evitarnos el sufrimiento. Tampoco es una visión optimista. La esperanza, que para un cristiano tiene el rostro y el corazón de Jesús, nos orienta, nos hace mirar con confianza hacia lo que todavía no podemos ver. Citando a Václav Havel: el optimista piensa que todo irá bien, el que tiene esperanza, en cambio, sabe que -aunque no todo vaya bien- todo tiene, sin embargo, un sentido. Una dirección. La esperanza, para el Papa Francisco, es un don que viene de Dios. Pero también es una tarea, como señaló Madeleine Delbrêl, que nos llama a asumir lo descartado. Así pues, la esperanza cristiana -como recordó apasionadamente el Pontífice en la Misa de Nochebuena, inmediatamente después de abrir la Puerta Santa en San Pedro- nos inquieta, nos sacude de nuestra pereza, hace añicos nuestras cómodas convicciones. Es una virtud «arriesgada». Es un acto de responsabilidad hacia los demás.


Entonces, ¿qué pueden hacer los comunicadores, empezando por los de inspiración cristiana, para hacer caminar esta esperanza de la que, como nos diría Charles Peguy, no podemos prescindir si queremos vivir plenamente nuestra aventura de cristianos? En su Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales de este año jubilar, el Papa Francisco señala cómo, en un mundo marcado por la desinformación, la comunicación debe volver a ser un canal por el que transite la esperanza. En el Ángelus del domingo pasado, saludando a los comunicadores presentes en la plaza, les pidió que fueran «narradores de esperanza». Y al día siguiente, reunido con los responsables de comunicación de las Conferencias Episcopales de distintos países, añadió una pieza a este mosaico al afirmar que «todo cristiano está llamado a ver y relatar las historias de bien que el mal periodismo pretende borrar dando espacio sólo al mal».


La comunicación de la esperanza, para el Papa, es precisamente esto: buscar y contar historias de bien. Centrarse en las experiencias de esperanza vividas cada día por las personas comunes, por esos santos de la puerta de al lado de los que tantas veces nos ha hablado en los últimos años. En un tiempo que parece olvidar a los últimos, el Papa nos invita a dar voz precisamente a los que no se rinden y a sacar a la luz esas chispas de luz que brillan incluso en los rincones más oscuros de la humanidad. El Papa nos exhorta a buscar esas pepitas de esperanza aunque estén incrustadas en el barro. Es un compromiso para el Año Santo, pero que debe continuar después. Porque, como dijo una vez, «toda historia es grande y digna, y aunque sea fea, aunque la dignidad esté escondida, siempre puede emerger».

Fuente: Vatican News

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